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DÍA MUNDIAL TRASTORNO BIPOLAR

El pasado 30 de marzo tuvimos la oportunidad de celebrar el DÍA MUNDIAL DEL TRASTORNO BIPOLAR en un marco incomparable. En el Salón de Plenos del Ayuntamiento de Granada se encontraba una amplia representación de la sociedad granadina, así como todos los grupos políticos que conforman el pleno municipal. Bajo la presidencia del excelentísimo Alcalde de la ciudad, don Francisco Cuenca, se celebró un emotivo acto en el que pudimos disfrutar de poesía y música al piano, así como de la entrega de premios del CONCURSO DE CUENTOS Y RELATOS "CON ALMA".

El primer premio del Concurso recayó en el escritor LUIS MIGUEL SANCHEZ TOSTADO que, con su relato "Te pondrás bien" supo combinar su buen hacer literiario con un escrito lleno de sentimiento y Alma.

Luis Miguel Sánchez ofreció un discurso a los presentes muy emotivo y tuvo un gesto poco frecuente en los tiempos que corren. Renunció al premio en metálico, donándolo a la Asociación. Ya ocupa un lugar en nuestros corazones. Os dejamos algunos fotos del acto y el RELATO ganador.

 

TE PONDRÁS BIEN

Relato ganador del Certamen de Relatos y Cuentos “Con Alma”, Granada 2017

Por Luis Miguel Sánchez Tostado

La devoción por sus ojos negros, algo mustios, se inmiscuye. Mis ciclos de abatimiento y euforia se atenúan cuando la veo dormir, plácida, cansada. Tal vez —pienso con el ris-ras del cepillo de dientes, mi estado de alerta cuando duerme se debe a un mecanismo de defensa al sentirme huérfana sin ella.

Veo en el espejo su mirada, eterna y cálida. Me reconozco en ella, en nuestro parecido razonable, en mi nariz respingona, heredada, percibo su impronta en mis ojos líquidos, cárdenos de presidios. Descubro en mi rostro sus desvelos silenciosos, su afán por atenuar mi mundo, paliar mi tormento. Y su sonrisa, ¡ay, su sonrisa! Verle sonreír con el alma bailando en sus ojos, es un paliativo más eficaz que el Risperdal.

Con prisas —aguarda el terapeuta de Granabip—, repaso torpe la raya de ojos y simulo vida en mis mejillas con brochazos sin arte de colorete. Regreso al salón y allá sigue, dormida, con la plateada sien apoyada en la orejera de sillón, con el secreto de su boca jalonada de pliegues añosos, con la cóncava de su rictus resignado, línea de labios idos en apretada lucha.

Arropo sus manos artríticas con la ropa de la mesa y me demoro en su gesto vahído, ternura de siglos. Entre sus dedos asoma el escapulario de Santa Marta, en eterna porfía de promesas, rosarios y penitencias. Al verla dormida, como flashes, se sucede veloz en mi recuerdo el melodrama de mi vida, y en cada episodio, en cada secuencia, en cada recaída, siempre aparecen sus manos. Miro su cabello recogido, precariamente teñido, y reparo en su entrega de años, en una vida sacrificada por entero a mí. Jamás me soltó en mis funambulismos, porque ser bipolar significa transitar por un dédalo de penumbras salpimentado de explosivas claridades, ciclones que aturden y desconciertan a quienes lo padecemos y a quienes nos rodean. Cuadros de ciclación incontrolables, como la altisonante trompeta de Miles Davis y su imprevisible hard bop.

Ella, creedme, jamás se rindió. Ni en mis interminables insomnios “toma las gotas de lormetazepan”—, ni en mis fases de manía hiperactiva y su corte de calamidades, efervescencia impulsiva cuando quiero comerme el mundo en mis crestas de euforia. Tampoco en mis periodos oscuros, cuando me sumerjo en el abismo insondable de la soledad, en fumadas compulsivas, en parapetos silenciosos, con la tristeza devorándome por dentro, regueros autolíticos en mis muñecas, con mis afanes reincidentes por huir del mundo, por dejarlo todo y emprender un viaje sin retorno. “Te pondrás bien”.

Sus manos, siempre sus manos. Ellas templan mi espíritu a costa de sus desvelos. Manos que esconden fármacos cuando intuye que ha de hacerlo, que enjugan lágrimas, que me abrazan. Aquellas manos que cerraron a tiempo las espitas del gas, que desenterraron mi desmayada cabeza del horno de la cocina, que acariciaron mis mejillas mojadas en el momento justo: “te pondrás bien”.

Manos generosas, pacientes, que elevan mi barbilla y mi autoestima, y me dice, con aquella mirada concedida, que mujeres como Marilym Monroe, Carrie Fisher, Vivien Leig, Linda Hamilton, Virginia Woolf o Catherine Zeta Jones sufrieron idénticos síntomas, pero brillaron con luz propia, como yo he de brillar. Y cuando, suspicaz, le muestro mi escepticismo, ella insiste: “¿Y qué me dices de Mozart, Van Gogh, Sinatra, Lincoln, Tolstoi, Poe, Hemingway o Churchill?” Al final siempre me roba la sonrisa y consigue cómplice nuestra chispa: “Te olvidas de Jean-Claude Van Damme, que está más bueno que ninguno de esos”. Prorrumpimos entonces en carcajadas y nos fundimos en un abrazo largo, de los que deseas que duren siempre.

Desde Hipócrates hasta Karl Leonhard, pienso, dos mil quinientos años de misterio y de búsqueda para una curación definitiva. Entre tanto, madre, —beso su frente despacio para no despertarla— que no me falte tu calor, ni tus manos, ni tu aliento en mi rostro, ni tu sonrisa balsámica.

Me pondré bien.

A Carmen y las que, como ella,

luchan con el TBP

 

 

 

 

 

 

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