El pensamiento positivo ha invadido en mayor o menor grado casi todas las ramas de la psicología. Hoy en día parece haber cierto consenso en que las emociones positivas son las que garantizan el bienestar, y no la ausencia de emociones o acontecimientos negativos en nuestra vida. Ello lleva a muchos de sus defensores, en ocasiones con un optimismo muy poco realista, a presentar la positividad como la panacea que soluciona todos los problemas.
Dentro de esa tendencia, una de las ramas menos conocidas, quizá oculta bajo las hordas de divulgadores que gozan de más difusión en los medios o quizá por exigir un mayor rigor científico que en el caso de estos, es la de la neurología y, concretamente, la neuroplasticidad. Richard J. Davidson, profesor de la Universidad de Wisconsin-Madison, ha explicado en repetidas ocasiones cómo diferentes prácticas, de la interpretación de música a la meditación, pueden modificar la estructura de nuestro cerebro, y de esa manera, cambiar nuestro carácter o nuestras habilidades.
El último capítulo dentro de esta tendencia ha sido obra del doctor Rick Hanson, autor de Cerebro de Buda: la neurociencia de la felicidad, el amor y la sabiduría (Mil Razones), que acaba de editar en el mercado anglosajón Hardwiring Happiness: the New Brain Science of Contentment, Calm and Confidence (Harmony), en el que defiende la tesis de que aunque estamos programados para centrarnos en lo negativo, está en nuestra mano cambiar los procesos mentales para darle más importancia a los aspectos y acontecimientos positivos de nuestra vida.
La negatividad, un lastre evolutivo
Llevando la contraria a diferentes estudios evolutivos, Hanson parte de la idea de que como animales solemos centrarnos más en lo negativo que en lo positivo, con el objetivo de adaptarnos al medio: “Para ayudar a nuestros ancestros a sobrevivir, el cerebro desarrolló un sesgo negativo que hace que esté menos inclinado a aprender de las experiencias positivas, pero que sea más eficiente a la hora de aprender de las negativas”.
Esta sería la explicación del célebre refrán inglés “once bitten, twice shy”, algo así como “gato escaldado del agua fría huye”. Debido a que un error podía costar la vida a nuestros antepasados, estamos más inclinados a recordar lo que hicimos mal para no repetirlo, a pesar de lo que afirma aquel otro refrán: “El hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra”. Ello ha creado una inclinación humana a que “esta negatividad inseparable nos termine poniendo tristes, estresados, preocupados e irritables”.
Sin embargo, hay solución, afirma Hanson, que proporciona al lector algunas herramientas para soslayar ese condicionamiento evolutivo y que se encuentran en una línea semejante a aquellas que proponía Davidson en El perfil emocional de tu cerebro (Debate): si nos concentramos en las cosas buenas de nuestra vida, nuestro cerebro comenzará a activarse en aquellas zonas relacionadas con ellas, por lo que en el futuro tendremos una mayor facilidad para apreciar los acontecimientos positivos de la existencia.
Cómo recordar los buenos momentos
En palabras de Hanson, lo que a otros parecería mera brujería o una entelequia surgida de las páginas de El secreto de Rhonda Byrne (Urano), suena convincente. Debido a que los acontecimientos positivos no nos ayudan a sobrevivir, suelen ser eliminados de nuestro recuerdo después de pasar por la memoria a corto plazo. Por el contrario, el dolor, la angustia o el miedo son sentimientos tan fuertes que contribuyen a hacer que los acontecimientos negativos se trasladen de la memoria a corto plazo a la memoria a largo plazo.
Tomarse medio minuto para reflexionar puede ayudarnos a que las experiencias positivas pasen a ser parte de nosotrosPara evitarlo, Hanson señala que lo importante es “talking in the good”, algo así como “hablar de lo bueno”. Por supuesto, no se trata de evitar los acontecimientos negativos –algo que, para empezar, es imposible–, sino de tomar otra filosofía frente a lo positivo. “Tu cerebro está constantemente cambiando su estructura basándose en lo que piensas y sientes; los científicos lo denominan ‘neuroplasticidad dependiente de la experiencia’. Cuando te centras en lo bueno, te haces cargo de ese proceso de creación estructural”.
Como han explicado diversos neurocientíficos, la activación frecuente de determinadas zonas del cerebro contribuye al desarrollo de nuevas conexiones sinápticas y estructuras mentales que en un futuro facilitarán la absorción de las experiencias positivas.
Es en ese punto en el que Hanson habla de los procesos de “activación” e “instalación”, dos fases cognitivas sucesivas. La activación nos hace responder a nuestro entorno, ofrecer respuesta tanto a amenazas como a afectos positivos; pero es la instalación la que permite que esa experiencia que hemos vivido pase a ser parte de nuestro bagaje. Para ello puede ser importante “tomarse medio minuto extra” para reflexionar cada vez que algo bueno se cruza en nuestro camino y permitir el recuerdo de lo positivo. Una estrategia no tan lejana a la de la meditación.
Tomando las riendas de la vida
Tomar este enfoque vital es, señala Hanson, convertirse en una persona activa. Concentrarse en lo negativo nos hace seres pasivos, puesto que, como un animal asustado en la selva, simplemente reaccionamos a las amenazas que nos rodean, y nuestra única meta es salvar las dificultades lo mejor que podemos. Es esa filosofía vital la que conduce a la infelicidad y al miedo.
No obstante, Hanson recuerda que el hombre no es por naturaleza un ser reactivo, como podrían serlo algunos animales, sino relajado. Ya no necesita responder constantemente a las amenazas del entorno, sino “reparar su cuerpo” que nos es natural. Abandonar ese estado por uno más reactivo impide el correcto funcionamiento del organismo: de ahí el colapso que experimentan muchas personas sobrecargadas de estrés, trabajo o ansiedad.
El pensamiento no tiene por qué ser positivo, sino claroSin embargo, el autor recuerda que el suyo es un enfoque que dista mucho de la psicología positiva, ante la que mantiene grandes reservas, ya que considera que es eminentemente “verbal y conceptual”. Como recuerda en una reciente entrevista en The Atlantic, no hay más que ver a “todos los que te explican por qué el mundo es un lugar fantástico, pero luego son unos gilipollas” para darse cuenta de que, en muchos casos, la apariencia de optimismo encubre “miedo, furia, decepción, tristeza…”
Por eso, más que de pensamiento positivo, Hanson habla de un “pensamiento claro” que permita distinguir entre lo bueno y lo malo y hacerse una idea general de la realidad que relativice los acontecimientos negativos. Como explica el autor, “atraer cosas buenas a tu cerebro es la llave al bienestar y la efectividad, la curación psicológica, la creatividad y la práctica espiritual”.
Aunque quizá no todo el mundo esté de acuerdo con Hanson. Como señalaba un estudio realizado por la Universidad de Edimburgo y la Universidad de Arizona, la felicidad puede ser fruto de la adaptación evolutiva, ya que comprobaron cómo los orangutanes más felices eran los que vivían más tiempo, lo cual implica más tiempo para fecundar a un mayor número de hembras. Sin embargo, los investigadores recordaban que el auténtico rol de la felicidad en la vida animal está lejos de ser desentrañado. Así que, por si acaso, intentemos ser felices